Estudié en Fingoi hasta los catorce años: el Bachillerato elemental, cuarto y reválida. Éramos pequeños para que nos explicaran cosas de alto nivel intelectual, pero hasta donde podíamos llegar, muy bien.
No teníamos libros de texto, tomábamos apuntes; aprendimos a tomar apuntes, lo que luego fue importante en la Universidad…
Carballo Calero nos daba literatura y lengua. Era un buen pedagogo. Y el colegio, una maravilla. Organizaba representaciones teatrales, veladas de fin de curso y Navidades, programando representaciones de obras muy importantes. Yo llegué a trabajar en “El círculo de tiza”.
Teníamos clase de gaita y muchas otras actividades muy modernas que, claro, tam-bién estaban marcadas por el propietario del colegio, Don Antonio Fernández, impulsor de esta iniciativa académica.
En el panorama de la educación oficial en Lugo el papel de Fingoi era totalmente rompedor. Para empezar, era mixto. El único. Éramos pocos alumnos en clase; diez, por ejemplo. Había cursos de solo dos alumnos. Había un Mini-furgoneta pequeñito, de los que estaban como forrados de madera por fuera, y allí nos daban clase de con-ducir. Íbamos a la granja de Barreiros a ver la matanza del cerdo. Nos explicaban todo: el pulmón, el corazón, cómo se mataba…
Teníamos un profesor, Vicente Devesa Jul, que nos enseñaba todo lo referente a la miel y las abejas. Era una educación pedagógica. Claro que para que les permitieran aprobar oficialmente los cursos tenía que seguir las normas del Ministerio de Educa-ción y, a la vez, llevar a cabo esa otra educación paralela como la de aprender a conducir, la agricultura, las abejas, la música…
La diferencia a nuestro favor en relación con los alumnos de otros centros la notaban más los que estaban en el Instituto o en los Maristas. Nosotros no lo apreciábamos. Lo considerábamos normal. Los alumnos de otros centros nos preguntaban cómo era lo de tener chicas en clase, cómo era la clase de gaita… yo creo que provocaba más curiosidad fuera que a nosotros mismos. Para nosotros era algo normal.
Don Vicente Devesa cos alumnos en Barbadelo.
Y en igualdad con todos nosotros, los Fernández, hijos de la familia promotora. Yo tuve de compañeros a Marcos y a Asunción, Siña. Y había dos hermanas mayores en el colegio, Churi y Tona; y también estaban sus primos, hijos de Don Emilio y Don Manuel Fernández, Emilio, Belén, Camolas, Marianela, Mariloli… La integración era total.
Hacíamos excursiones culturales. Recuerdo especialmente una a Melide, para ver el pórtico de su iglesia… Creo que ninguno de los que estudiamos allí se olvida del Colegio de Fingoi. Nos dejó a todos una huella importante.
Carballo Calero era el gran protagonista. Ejercía de director, no sólo en las clases, en las aulas, el comedor, los pasillos… te pillaba corriendo por un pasillo y era un lío. Hacía de todo: era el bedel, el director, el ordenanza, el vigilante... Nos vigilaba en el recreo. No podías perder la boina, no podías chutar a un balón, porque no se podía jugar al fútbol; había que jugar al baloncesto.
A veces andaba por el patio, vigilándonos, en bicicleta. Por eso le llamábamos “Coppi”, por Fausto Coppi, el gran ciclista italiano.
Estaba muy implicado en el colegio, allí tenía la vivienda. Estaba en el colegio desde las ocho de la mañana hasta las doce de la noche. Los alumnos estábamos en el colegio de nueve de la mañana a nueve de la noche. Las dos últimas horas eran de estudio, con profesores, para poder preguntarles y recibir sus explicaciones.
Su papel en el colegio como literato se notaba bastante, y traía a su clase gente de su época y su nivel: Cabanillas, Otero Pedrayo, Avelino Pousa... a todos los impor-tantes de la época. Por cierto, que Ferrín me dio clases de geografía.
Nenos no horto escolar.
Nos adjudicaban parcelas de huerta, donde cada uno de nosotros tenía un trocito de terreno, una parcela, sembrabas guisantes…. Y luego se pesaba la cosecha para ver
quién era el ganador. De vez en cuando íbamos al mercado para aprender a comprar. Eso, ahora, es lo más moderno: enseñar a andar por la vida.
El colegio, gracias a don Antonio, era un avanzado en su tiempo. Lees un programa de hace cincuenta años o más, y ves su actualidad tanto tiempo después.
No éramos nada competitivos entre nosotros. No hacíamos exámenes y estaba prohibido llevar trabajo para casa. Recuerdo que en las filas que hacíamos para coger el autobús nos metíamos los libros debajo del jersey para poder llevárnoslos a casa y estudiar.
Contemplando a Carballo en la distancia, y viendo la cercanía de profesores como Alonso Montero, recuerdo que el excelente profesor no tenía un acercamiento amistoso con el alumno. Era distante, muy autoritario. Y no me extraña, teniendo en cuenta la repre-sión que había sufrido, la imposibilidad de enseñar… y eso lógicamente afloraba.
“Siña”, Mª Carmen Canto, Dina Bohorque, Don Ricardo, “Macali” Herrero, Olga López Boullosa, Marianela López Iglesias e Mª Carmen Buceta.