Don Ricardo era una persona seria y estricta que supo entender muy bien la eduación que mi tío, Don Antonio Fernández López, quiso que recibiésemos los alumnos del Colegio Fingoy. Mi tío estableció las bases educativas y puso los medios necesarios para poder cumplirlas –un laboratorio científico, una incubadora para comprender el ciclo gestacional de los pollitos, un huerto…–, y Don Ricardo, como director, supo entenderlas, desarrollarlas y utilizar esos medios del mejor modo para sacar de noso-tros el máximo. Además, sabía transmitir muy bien lo que quería enseñar.
Me siento agradecida hacia él por inculcarnos el gusto e interés por el saber, el descubrir… Hoy me doy cuenta de que fue una enseñanza muy especial en aquella época, e incluso en ésta… Nos transmitió su amor por el teatro –los ensayos para mí eran una fiesta– y por la poesía –nos presentaba a los juegos florales–. Además, conocía a los alumnos y sabía el refuerzo que necesitábamos cada uno en su ámbito de enseñanza, que era la lengua. A mí me costaba mucho memorizar y me hacía memorizar poemas, textos y papeles de teatro larguísimos.
Por otra parte, nos enseñó a amar el folclore español, las tradiciones en general y nuestra lengua en particular, nos hacía participar a los alumnos en esas fiestas de música y danza tradicionales, sin imposición ni exclusión, con naturalidad y buen criterio.
Eran años de pocos alumnos y quizás por eso nos sentíamos como una gran fami-lia. Aunque pase tiempo sin ver a mis amigos de entonces, cuando los veo siento el cariño y el afecto que nos tenemos, y que nos unió tanto gracias a afrontar juntos todos los retos que Don Ricardo nos ponía en el camino. No siempre sabíamos cómo afrontarlos, pero entre todos buscábamos la solución.
Adicionalmente, en el colegio recibimos una educación práctica para la vida de adulto, tal como pretendía mi tío Antonio, al que Don Ricardo supo entender muy bien, dirigiendo toda una serie de actividades. Por ejemplo, íbamos al mercado a comprar, cultivábamos el huerto nosotros mismos, nos daban clases de cocina complementadas con el estudio nutricional de los alimentos, nos inculcaban la importancia del cuidado de nuestra salud y nos enseñaban higiene personal y bucal –teníamos nuestro cepillo de dientes en el colegio–, recibíamos clases de conducir, nos llevaban al campo para estudiar la naturaleza o los accidentes geográficos… También organizaban excursiones para ir conociendo cada curso una región de España y, algo también infrecuente en la época, buscaban familias extranjeras con las que hacer intercambio para que aprendiésemos idiomas.
Camolas Fernández, Gloria Baamonde, Maricruz Truque, Manuel Sández e Araceli Herrero.