En 1956 comencé mis estudios en el Colegio Fingoy, fundado por el empresario Don Antonio Fernández para la educación de sus hijos, los hijos de sus amigos, los hijos de los trabajadores del centro y los de quien pudiese pagarlo. De su dirección se encargó Don Ricardo Carballo Calero (Don Ricardo), que estuvo preso dos años en Jaén al acabar la Guerra Civil por su pertenencia al Ejército Republicano, y fue liberado en 1941.
El colegio era elitista y experimental: muy pocos alumnos (mi curso del bachillerato de Ciencias lo acabamos 5 alumnos), y mucha enseñanza no habitual entonces. Desde clases de danza, canto y música gallegas (yo llegué solo al tambor, no tenía cualidades para la gaita) hasta clases de agricultura (que incluían en algún curso una parcela de gui-santes por alumno, con premio final a la mejor cosecha, injerto de frutales, etc.). También disfrutamos de contacto con animales (gallina ponedora / alumno) y matanza del cerdo en noviembre. Disponíamos de laboratorios de química y física, clases de taller mecánico y clases de conducir en un viejo Mini-Morris en 6º de bachillerato.
Siempre que el tiempo lo permitía en primavera, clases al aire libre en las fantásticas “carballeiras” cercanas al Colegio.
No olvidaremos los espectáculos para todos los familiares en Navidad y fin de curso, con la participación de todo el colegio en bailes regionales, ballet y representaciones teatrales.
A Don Ricardo le debemos que se representase en estos festivales a autores espa-ñoles del Siglo de Oro o autores universales malditos en aquella época, como Bertolt Brecht (“El círculo de tiza caucasiano”), o que se recitasen versos desde la literatura griega hasta autores gallegos.
Es verdad que su dirección y sus normas eran espartanas y rígidas. Por poner ejem-plos: no había libros, se estudiaba por apuntes cogidos al dictado en clase, horario continuado hasta las 20 horas, biblioteca de obligatoria asistencia o prohibición de llevar tarea a casa (para eso había horas de estudio vespertinas). Más detalles: salida al recreo con boina los alumnos y pañoleta las alumnas (¡Sin eso, no había recreo!), obligación de comerse todo en el plato, prohibición de pasarlo a un compañero (mesas de cuatro de muy diferentes edades), codos pegados (servilletero bajo el codo con castigo si se caía)… Recuerdo la respuesta que le dio a mi padre cuando fue a verlo para decirle que yo tenía alergia a la remolacha (que acompañaba al pescado todos los viernes de cuaresma y me producía diarrea incoercible): “Cámbielo de colegio”. Y no lo hizo, afortunadamente…
Don Ricardo (apodado “Coppi” por su parecido con el famoso ciclista italiano) era temido por los pasillos y también en sus clases. Aunque el primer contacto académico real era la Literatura de 1º de bachiller, una extraordinaria experiencia. Y, sin duda, a él le debemos haber disfrutado de fantásticos profesores como Méndez Ferrín, Gómez Pacios, Vicente Devesa Jul, Chicha Fernández, Don Virgilio, Mª Luisa, Ánxel Xohán, o Arcadio López Casanova.
En definitiva, Don Ricardo era duro, pero ejemplar en su dedicación y en su empeño por darnos una educación extraordinaria, imposible de olvidar en todos estos años, y que sin duda marcó la vida de muchos de nosotros, los que fuimos alumnos del Colegio Fingoy.
Celestino Homenaxe a Ramón Piñeiro eFernández de la Vega no Restaurante La Barra o 24 de marzo de 1951: Ricardo Carballo Calero, Adriano Pintos Fonseca e Luís Pimentel. Na esquina inferior da dereita, Luciano Fernández Penedo.