Nunca agradeceré bastante haber tenido esa dieta de 11 horas diarias en el Colegio Fingoy, gracias a sus profesores y también a Don Ricardo

Don Antonio Fernández López, ingeniero, empresario y filántropo, fundó el Colegio Fingoy en 1951 con el fin de hacer algo distinto de lo que había en otros centros de enseñanza, públicos o privados. La inspiración venía del Instituto Escuela, interpretado a su modo. Contó para dirigir de hecho el Colegio con Ricardo Carballo Calero, que había cursado las carreras de Filosofía y Letras y de Derecho en la Universidad de Santiago, tenía una clara ideología galleguista desde sus años jóvenes, y en la Guerra Civil había sido oficial del ejército vencido.

También fueron contratados en el citado Colegio otros varios profesores, algunos represaliados. Entre ellos, por ejemplo, Don Benedicto Cea Castillo, que abandonó pronto el Colegio y recuperó su cátedra en el Instituto Beatriz Galindo de Madrid, del que creo fue director.

Entre las singularidades del Colegio, que era mixto y en el que pasábamos unas once horas diarias, creo que podrían citarse las siguientes, que fueron evolucionando y cambiando: Por ejemplo, había en los primeros años un refinado señor francés, que daba varios días por semana clase solo en francés en la que participábamos todos los alumnos, en la que él hablaba y nos preguntaba. También en el colegio se daba clase de gaita gallega a todos los que querían y tenían condiciones, al igual que se enseña-ban las danzas gallegas (muiñeira, jota, carballesa…).

Los primeros en participar en todas estas actividades eran los hijos de Don Anto-nio Fernández que, como su padre, eran personas sencillas, nada engreídas y normales en su conducta. Cada curso académico, asimismo, se hacían representacio-nes teatrales (unas tres por año), a veces en gallego, a veces en castellano (incluso antiguo) y hasta yo participé en una breve obrita de teatro toda en latín.

Los alumnos teníamos una parcelita de tierra (más o menos 2,5 x 1,5 metros) en la que había plantaciones (por ejemplo, de lechugas) que teníamos que observar y cuidar. Igualmente era digno de mención el hecho de que había una sala de estudio vigilada a la que teníamos que acudir a estudiar o a realizar actividades intelectuales cuando había un hueco en el horario de clase, o si faltaba un profesor.

Carballo me dio varias asignaturas en los 6 años del bachillerato. Creo recordar: Latín, Francés (en estas dos materias se hacía siempre el análisis morfológico, sintáctico y luego la traducción de los textos), Lengua y Literatura españolas, Inglés, Geografía e Historia, Historia del Arte e Historia de la Filosofía. Lengua y Literatura era su gran especialidad y lo hacía muy bien en esta materia. Y bastante bien en todas las demás. Asimismo, le gustaba la Historia del Arte y tenía de esta materia numerosos libros en todas las lenguas, que utilizaba para dar clases y que nos mostraba a los alumnos.

La Historia de la Filosofía la preparaba por el magnífico libro de Julián Marías, de la Revista de Occidente. Ya fuera idea de Don Antonio Fernández o suya, he de sub-rayar que a partir de 5º curso teníamos que estudiar Inglés, aunque no formaba parte del plan de estudios porque, decía Carballo, “hoy en día es fundamental conocer esta lengua”. Con tal motivo él mismo la explicaba, teniendo como texto el libro elemental de Lewis Girau editado en Barcelona.

Su pasión galleguista le llevaba en algún caso a estimar que, por ejemplo, una poe-tisa inglesa, hija de un napolitano, Cristina Georgina Rosetti, estaba influida por la poesía de Rosalía de Castro, e incluso nos obligó a aprendernos una composición poé-tica en inglés de la misma (“When I am dead, my dearest…”); o cuando al tratar del imaginero Gregorio Fernández, como Murguía, estimaba que era muy bueno porque era gallego, aunque hubiera hecho su obra en Valladolid.

Leyó su tesis en la Universidad Central de Madrid a mediados de los años 50, y se publicó luego en Gredos: “Aportaciones a la literatura gallega contemporánea”. Tras el estudio profundo de la obra de varios escritores gallegos, el autor llegaba a la con-clusión de que la literatura gallega era tan buena como la catalana o como la castellana.

Para valorar a Carballo Calero creo que hay que distinguir el ámbito como profesor y el otro como Director. Este último sería más controvertido. Algunas veces, bajo su dirección parecía, según algunos, que el Colegio era un centro castrense en el que no siempre algunos alumnos y algunos profesores se hallaban felices.

Algo inevitable, quizá, en cualquier centro educativo, y más en esa época. En cuanto a los alumnos, cuando se estableció que se comía en el colegio (3 comidas al día: a las 11 vaso de leche, a las 18 la merienda y a las 13.30 la comida) ello constituía para alguno una verdadera tortura. Aunque la cocina era de excelente calidad, dirigida por el saber hacer de Matilde y con buenos productos locales, no a todos los alumnos les gustaba todo, y esto irritaba a Carballo. A alguno(a) lo enviaba a casa durante unos días para que le enseñasen a comer o a degustar productos como la remolacha vio-leta o salchichas de Frankfurt (de muy buena calidad y sabor, por cierto). Entendía Don Ricardo que aquellos estudiantes no estaban preparados para comer en un colegio donde no podía haber miramientos sobre lo que a alguno le gustaba o no. Incluso cuando algún estudiante se hallaba incómodo con alguna comida, Don Ricardo le decía, primero, “¿ Qué harás cuando un sargento soviético te torture dándote para comer coles de Bruselas?”. Y, luego, le decía lo mismo, pero citaba ya a un sargento chino.

Con Emilio Valiñoe e Carmen Fernández Puentes

Con Emilio Valiño e Carmen Fdez. Puentes. San Sebastian, 1954.

Carballo Calero, aunque no hablaba de estos temas, como antiguo oficial en el Ejér-cito, conocía la estrategia militar, y cuando explicaba batallas de la Antigüedad nos sacaba a los alumnos al patio para describir los movimientos de los ejércitos de los cartagineses, de los romanos o las tácticas de Alejandro Farnesio. Incluso a veces uti-lizaba el vocabulario castrense.

Don Ricardo, cuando se le preguntaba sobre esos temas, sí hablaba de política, aunque no de su biografía personal, como tampoco nunca hizo referencias a su obra literaria; si alguien le preguntaba por el autor de sus obras siempre decía que eran “anónimas”. Quizá en sus años juveniles era más apasionado. Esto es lo que se me ocurre al leer el trabajo de Justo Beramendi sobre los años políticos de Carballo joven, sobre todo cuando dice que éste no veía con malos ojos las posturas de Companys en 1935. Por cierto, que sobre este último político no pueden dejar de verse los breves pero profundos escritos del economista y profesor lucense José García Domínguez (en “La Ilustración liberal” y en “Libertad digital”), que vive desde hace muchos años en Barcelona, conoce muy bien la vida política catalana y maneja la pluma con gran soltura e ironía. También Companys, por lo demás, tuvo amistad con otro ferrolano, Ramón Franco Bahamonde.

Si a Don Ricardo alguien no le caía bien y se le preguntaba por lo que pensaba de él, emitía un sonido gutural que me resulta imposible poner por escrito. Era una espe-cie de “Aj” desgarrador y despectivo. Otras veces, respecto de sus adversarios ideológicos, simplemente hacía referencia a ellos formulando un despectivo “éste”, para referirse a quien le disgustaba. No le agradaban, por ejemplo, los gallegos que escribían solo o también en castellano, y cuando se le preguntaba por alguna de sus obras recientes para que él diera su opinión, casi siempre decía: “¿ Y por qué no escribe en su lengua madre?”. Quizá virtuoso en muchos aspectos, y sin duda un buen profe-sor en general, hombre competente en sus especialidades humanísticas, no presuntuoso, sencillo y austero, no puede decirse de él que fuera “un universitario libe-ral” en el sentido del “gentleman” inglés educado en los “college” de Oxbridge (a los que admiraba hondamente), que comprendiera (o al menos lo intentara) a los discre-pantes, que podrían tener algo o toda la razón.

Creo que a Carballo no le gustaba su puesto como director ni el gobierno de un colegio de niños de la burguesía local. Incluso le parecía mal que alguno, que quizá no tenía origen gallego, no fuera capaz de pronunciar la “x” gallega. Pienso en un com-pañero, hoy distinguido profesional, que cantaba: “Xa fun a Marín, xa pasei o mar, xa comín naransas do teu naransal”. Esta “s” y no “x” le molestaba y no entendía que aquel joven, hijo de un renombrado profesional, no sé si gallego, no fuera capaz viviendo en Galicia de pronunciar la “x” gallega.

Después de quince años en Lugo, deja Fingoy y comienza su andadura como pro-fesor en un Instituto primero y luego, en 1972, obtiene la cátedra de Lengua Gallega de la Universidad de Santiago, que se había creado gracias a los buenos oficios del Rector extremeño Manuel García Garrido.

Respecto de mi experiencia personal me parece que puedo decir lo mismo que W. von Braun cuando contó que en sus primeros años de enseñanza secundaria en Ale-mania estuvo sometido a una dieta de 10 horas semanales de traducción latina de Cornelio Nepote (que tanto gustaba a Don Froilán López). A pesar de que intenciona-damente no he querido usar el botafumeiro, puedo decir que nunca agradeceré lo bastante haber tenido esa dieta de 11 horas diarias en el Colegio Fingoy, gracias a sus profesores y también a Don Ricardo.

Artigo Emilio Valiño

 

Artículo de Emilio Valiño del Río en El Progreso, miércoles, 25 de abril de 1990.

Carballo, con una buena preparación intelectual, sobre todo en lo relativo a la lengua gallega y castellana, es una figura relevante del siglo XX en Galicia. Me parece que cualquier homenaje que se le haga es merecido. Como mensaje para las llamadas autoridades (en cuanto que la “auctoritas” en su sentido genuino es el saber o prestigio socialmente reconocido) me resulta llamativo el hecho de que Don Ricardo cursó una parte de sus estudios universitarios por libre, lo que indica que no debía de ser éste tan mal sistema. Esto lo puse también de relieve cuando expliqué a varias personas cómo había sido el bachillerato del cirujano que operó a Juan Carlos I, que se examinó conmigo como libre durante 5 años de bachillerato y solo fue alumno presencial en Preuniversitario. En esta línea no puedo dejar de recordar a un gran profesor italiano de Derecho Romano, de lejano origen hispano, Vincenzo Arangio-Ruiz, liberal, que colaboró en la confección de la actual Constitución Italiana y que, cuando se le pre-guntaba por sus maestros, respondió “los libros”.

Con buenos libros escritos por otros se puede estudiar casi todo. Claro que si uno tiene un buen director de orquesta que le señale el camino a recorrer, mejor que mejor.